ISSN: 2332-0915
Lidio M Valdez*
Las sociedades humanas no son islas aisladas; en cambio, son parte de una red compleja que los vincula con comunidades lejanas que no solo son culturalmente diferentes, sino que también habitan entornos ambientales diferentes. En el pasado lejano, la interacción cultural permitió la exposición a costumbres previamente desconocidas y el flujo de ideas, además del acceso a bienes exóticos extranjeros y el establecimiento de nuevos lazos de parentesco. El contacto con sociedades más complejas y lugares significativos probablemente también resultó en la mejora del estatus y el prestigio de individuos específicos. Evidencias arqueológicas provenientes del valle del altiplano central peruano de Ayacucho indican que ya a fines del Período Intermedio Temprano (ca. 450–550 E.C.), los antiguos habitantes de la región ya formaban parte de una gran red que los vinculaba con sus vecinos de la región de la selva tropical del este, así como con los habitantes de la región de la costa seca del Pacífico. La interacción entre miembros de diferentes culturas precipitó no solo la aceptación de productos previamente desconocidos y prácticas culturales asociadas, como el uso de la hoja de coca, sino también una transformación cultural significativa en el Valle de Ayacucho que finalmente culminó con el establecimiento del Estado Wari.