Revista de Psicología y Psicoterapia

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Acceso abierto

ISSN: 2161-0487

abstracto

Habit-forming in the Time of Pandemic

sam vaknin

La formación de hábitos en los humanos es reflexiva. Nos cambiamos a nosotros mismos y a nuestro entorno para alcanzar el máximo confort y bienestar. Es el esfuerzo que se dedica a estos procesos de adaptación lo que forma un hábito. El hábito está destinado a evitar que experimentemos y asumamos riesgos constantemente. Cuanto mayor sea nuestro bienestar, mejor funcionaremos y más tiempo sobreviviremos. Los hábitos se pueden considerar como rituales obsesivo-compulsivos destinados a reducir y evitar la ansiedad y proporcionar un cierre cognitivo. También tienen una función social pronunciada y fomentan la vinculación, el apego y la interdependencia grupal.

Nota de investigación:

En un experimento famoso, se pidió a los estudiantes que se llevaran un limón a casa y se acostumbraran. Tres días después, pudieron distinguir "su" limón de un montón de otros bastante similares. Parecían haberse unido. ¿Es este el verdadero significado del amor, la vinculación, el acoplamiento? ¿Simplemente nos acostumbramos a otros seres humanos, mascotas u objetos?

La formación de hábitos en los humanos es reflexiva. Nos cambiamos a nosotros mismos y a nuestro entorno para alcanzar el máximo confort y bienestar. Es el esfuerzo que se dedica a estos procesos de adaptación lo que forma un hábito. El hábito está destinado a evitar que experimentemos y asumamos riesgos constantemente. Cuanto mayor sea nuestro bienestar, mejor funcionaremos y más tiempo sobreviviremos. Los hábitos se pueden considerar como rituales obsesivo-compulsivos destinados a reducir y evitar la ansiedad y proporcionar un cierre cognitivo. También tienen una función social pronunciada y fomentan la vinculación, el apego y la interdependencia grupal.

En realidad, cuando nos acostumbramos a algo oa alguien, nos acostumbramos a nosotros mismos. En el objeto del hábito vemos una parte de nuestra historia, todo el tiempo y esfuerzo que le hemos puesto. Es una versión encapsulada de nuestros actos, intenciones, emociones y reacciones. Es un espejo que refleja esa parte de nosotros que formó el hábito en primer lugar. De ahí el sentimiento de comodidad: nos sentimos realmente cómodos con nosotros mismos a través de nuestros objetos habituales.

Por ello, tendemos a confundir hábitos con identidad. Cuando se les pregunta quiénes son, la mayoría de las personas recurren a comunicar sus hábitos. Describen su trabajo, sus seres queridos, sus mascotas, sus afiliaciones o amistades, sus aficiones, su lugar de residencia, su biografía, sus logros o sus posesiones materiales (Sartre llama a esta propensión: “mala fe”).

En otras palabras: las personas se refieren a su “identidad derivada o secundaria” más que a su “identidad primaria o autónoma”, el sentido estable del núcleo de uno mismo y de la propia valía. ¡Seguramente todas estas externalidades y parafernalia no constituyen identidad! Eliminarlos no lo cambia. Son hábitos y hacen que la gente se sienta cómoda y relajada. Pero no son parte de la identidad de uno en el sentido más verdadero y profundo.

Aún así, es este simple mecanismo de engaño lo que une a las personas. Una madre siente que sus hijos son parte de su identidad porque está tan acostumbrada a ellos que su bienestar depende de su existencia y disponibilidad. Por lo tanto, cualquier amenaza para sus hijos es percibida por ella como una amenaza para su propio Ser. Su reacción es, por lo tanto, fuerte y duradera y puede provocarse de forma recurrente.

La verdad, por supuesto, es que sus hijos SON parte de su identidad de manera superficial. Eliminarlos la convertirá en una persona diferente, pero solo en el sentido superficial y fenomenológico de la palabra. Su identidad profunda y verdadera no cambiará como resultado. Los niños mueren a veces y la madre sigue viviendo, esencialmente sin cambios.

Pero, ¿cuál es ese núcleo de identidad al que me refiero? ¿Esta entidad inmutable que es lo que somos y lo que somos y que, aparentemente, no está influenciada por la muerte de nuestros seres queridos? ¿Qué puede resistir la ruptura de los hábitos que mueren duro?

Es nuestra personalidad. Este patrón de reacciones escurridizas, vagamente interconectadas e interactivas a nuestro entorno cambiante. Al igual que el Cerebro, es difícil de definir o capturar. Como el Alma, muchos creen que no existe, que es una convención ficticia.

Sin embargo, sabemos que tenemos una personalidad. Lo sentimos, lo experimentamos. A veces nos anima a hacer cosas; otras veces, nos impide hacerlas. Puede ser flexible o rígido, benigno o maligno, abierto o cerrado. Su poder radica en su soltura. Es capaz de combinar, recombinar y permutar de cientos de formas imprevisibles. Se metamorfosea y la constancia de estos cambios es lo que nos da un sentido de identidad.

En realidad, cuando la personalidad es rígida hasta el punto de ser incapaz de cambiar en reacción a las circunstancias cambiantes, decimos que está desordenada. Uno tiene un trastorno de personalidad cuando los hábitos de uno sustituyen a la identidad de uno. Tal persona se identifica a sí misma con su entorno, tomando señales conductuales, emocionales y cognitivas exclusivamente de él. Su mundo interior está, por así decirlo, vacío, su Verdadero Ser es simplemente una aparición.

Tal persona es incapaz de amar y de vivir. Es incapaz de amar porque para amar a otro hay que amarse primero a uno mismo. Y, en ausencia de un Ser, eso es imposible. Y, a largo plazo, es incapaz de vivir porque la vida es una lucha hacia múltiples objetivos, un esfuerzo, un impulso por algo. En otras palabras: la vida es cambio. El que no puede cambiar, no puede vivir.

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